Tu primera memoria no es esa anécdota de niño, más o menos graciosa o desgraciada, que te haya contado un familiar. Tu primera memoria es ese recuerdo primitivo, que has guardado dormido en tu conciencia y al que de pronto accedes sin saber muy bien cómo. A veces es por un sabor, como el de la magdalena de Proust en En busca del tiempo perdido; a veces por un olor, como el de los naranjos de la infancia sevillana de Machado en su Retrato, o por un color como el de sus últimos días en Colliure; a veces puede ser el sonido de una canción o el timbre de una voz o una palabra dicha o leída; otras, una imagen-fotografía, como la de la abuela de Ana Mª Matute en Primera memoria; o el tacto de una caricia... O una experiencia extrema, cercana a la muerte, como la del coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, que, ante el pelotón de fusilamiento, recordó la primera vez que conoció el hielo.
A veces, por más que la busquemos, nunca llega. Y entonces es preciso indagar, armado de paciencia, esfuerzo y atención, para traerla a la luz, manejando los latidos del corazón y el ritmo de la respiración como un Buda trascendente o una humilde parturienta bien entrenada.
Si has tenido la suerte de encontrar tu primera memoria, enhorabuena.Si, además, quieres hacernos partícipes de ella... ¡gracias!